Pues resulta que el Tribunal Supremo, cuya independencia está fuera de toda duda (recuerden como no le tembló la mano a la hora de rectificar su sentencia sobre las hipotecas a pesar de las presiones de la PAH), ha entrado, seguro que sin pretenderlo, en campaña, dictando una sentencia en contra de los promotores del proces que ha dejado descontentos a todos.
A los más acérrimos españolistas porque salga tan barato romper España. Y a la chavalería independentista porque
ellos también se alzaron pública y tumultuariamente para impedir, por
la fuerza o fuera de las vías legales, la aplicación de las Leyes o a cualquier
autoridad, corporación oficial o funcionario público, el legítimo ejercicio de
sus funciones o el cumplimiento de sus acuerdos, o de las resoluciones
administrativas o judiciales, y nadie se lo ha reconocido. Todo el mérito,
como siempre, para los de arriba. Así que la chavalería, ávida de llamar la
atención, se ha puesto a montar jaleo. Y ahora sí, ahora lo han conseguido: han
ocupado cuando menos una esquinita en todas las televisiones.
Es llamativo que la kale borroka,
donde quemaban autobuses, coches y cajeros, ocupase treinta segundos en el
telediario de los domingos y esto lleve una semana copando el horario de máxima
audiencia, con los corresponsales de las principales cadenas parapetados detrás
de las fuerzas de pacificación, como si fueran reporteros de de la CNN en la
guerra de Irak. Pasa con esto como con las series, que nuestras cadenas se han
dado cuenta de que aquí también hay materia prima para tener entretenida a la
gente y no tienen ya necesidad de estar todos los días con el culebrón
venezolano.
Ante el caos desatado que muestran
los medios de comunicación y el riesgo inminente de que Barcelona se convierta
en el escenario perfecto para la próxima temporada de The Walking Dead, los
catalanes de bien, como Gabriel Rufián, están empezando a tomar distancia con
respecto a esa chusma radical enardecida. Todo el mundo sabe que la independencia
se consigue con flores y besos, nunca con violencia.
En la España española el apocalipsis
catalán ha hecho resurgir a tres jinetes que últimamente andaban un poco
apagadillos porque las encuestas vaticinaban que no sumaban escaños para llevar
juntos las riendas de España. Sin embargo ahí están ahora Casado, Ribera y
Abascal llamando al orden y a la contundencia para barrer toda esa basura que
se ha desperdigado por Cataluña. La gente, angustiada y cansada de ver tanto
desorden todos los días y a todas horas, igual acaba arriesgándose a comprar alguno de estos misterproperes para ver si
hacen algo, porque según machaconamente repiten los paladines de la derecha (la
clásica, la light y la zero) el PSOE no hace nada.
Quim Torra, por su parte, también anda
molesto con la pasividad de Pedro Sánchez porque no le coge el teléfono para
negociar una salida política a la crisis. Y éste le da largas diciendo que no
ha condenado la violencia, ni la invasión de Polonia en el 39, ni la muerte de Manolete. Está claro que en el
PSOE están esperando a que escampe mientras niegan que llueva, estrategia que ya
u les sirvió para revalidar la presidencia en 2008.
Habrá quien piense que no están las
cosas para tomarlas a broma, que España atraviesa horas críticas, y que la
independencia catalana es ahora más seria que nunca (con poco, después de la
ópera bufa de la declaración de independencia independiente del tiempo y el
espacio). Me resisto a hacerlo. Bastante tenemos con que los medios que comunicación
nos digan sobre qué tenemos que hablar, como para que encima nos digan cómo
hacerlo. Además, la posición de los grandes hombres de Estado hace pensar que
nada de esto va en serio: el viernes el rey estaba viendo en Oviedo la función
de su hija; el sábado Rafa Nadal, el más español de los españoles, andaba de
boda en Mallorca; y el domingo Pérez Reverte todavía no se había parapetado en
su casa de Galapagar con una escopeta y dos cajas de cartuchos. Todo sigue
estando atado y bien atado.
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