La extrema derecha ha venido y nadie sabe cómo ha sido
Pues resulta que el 2 de diciembre
se quedó buena mañana y de repente en España apareció la extrema derecha. Tal
como te lo cuento. Bueno, tal como lo cuenta el New York
Times. Y oye, lo del New York Times tiene pase, porque son gente que no es
de aquí e igual no se enteran mucho de qué va la vaina. Pero es que los de El
País, que llevan ya unos años dándole vueltas al torno (o la rotativa) en suelo
patrio, un mes antes de los comicios andaluces, también hablaban de la irrupción
de la nueva extrema derecha.
A mi modo de ver, el boletín oficial del
régimen no buscaba nada más que una burda excusa para mostrar a España
lo majete que es Santi, y lo mucho que se le quiere (la foto con niño del
artículo es de traca); porque ustedes me dirán cómo es posible hablar de nueva cuando las
ideas son las de siempre. Y, lo que es más sangrante, no sé cuándo se ha ido la
extrema derecha de la escena política española para que podamos decir que
irrumpe.
Y cuando despertó la ultraderecha todavía estaba allí
Mariano Sánchez Soler, un señor al
que le han salido canas estudiando la corrupción institucionalizada del
franquismo y su pervivencia tras la Transición, explicaba en un
esclarecedor artículo (esencia cinco veces destilada de sus numerosos
trabajos) que las clases dirigentes franquistas siguieron copando los puestos
de la administración y las grandes empresas tras la muerte de Franco,
imponiendo desde allí sus ideas e intereses: En cuanto soplaron
los vientos de la democracia —nos cuenta—, los antiguos
dirigentes y empresarios del Régimen no dudaron en desmarcarse de la familia
Franco y del franquismo, para proseguir el negocio en otros salones. Es
decir, la extrema derecha no desapareció, sencillamente cambió la camisa
falangista azul oscuro por la camisa liberal azul claro. Dejó de
frecuentar el Clan de El Pardo para frecuentar el Clan de las Dehesillas.
En esta decoloración, como nos cuenta Oriol Malló en su libro El Cartel Español,
contaron con la inestimable colaboración del PSOE, que en poco tiempo había
pasado de ser marxista, a dejar los asuntos económicos en manos de fieles acólitos
de la Escuela de Chicago (la Meca
atlántica del neoliberalismo), como eran Carlos Solchaga, Miguel Boyer y
Mariano Rubio. Con su siempre certera prosa Malló critica cómo los viejos oligarcas
se juntaron con los nuevos arribistas del PSOE para dejar que Felipe González
hiciera, a costa de sus votantes, el rescate y cartelización del capitalismo
español. Es decir: el PSOE hacía promesas a los trabajadores y la corte a
la oligarquía. Y todos contentos.
Por tanto, me parece evidente que la extrema derecha nunca se ha ido.
Sencillamente hemos asumido su presencia. La hemos normalizado. Ha sido el
elefante en la habitación o, por mejor decir, en los Consejos de administración
de las multinacionales. Desde ahí la vieja oligarquía que engendró al
franquismo y sus descendientes, junto a unos cuantos trepas que, como hemos
dicho, a través de la UCD y del PSOE se han subido al carro, conserva los
resortes de poder en España y la capacidad para influir sobre los grandes
partidos o, incluso, si la situación lo requiere, lanzar otros nuevos, como
hizo primero con Ciudadanos y sospecho que ahora con Vox.
¿Qué hay de nuevo viejo?
Porque, seamos serios, ¿qué tiene de nuevo Vox para que esté todos los días en
primera plana? Absolutamente nada. En cuanto a lo que podríamos considerar
postulados ideológicos, Vox es partidario del mismo nacionalismo centralista
que han defendido, por orden de aparición, el PP, UPyD y Ciudadanos. Habla también de
recuperar el sitio que nos corresponde en Europa, la misma monserga que ya
emplearon Felipe y Aznar para aplicar
sin piedad ni oposición las recetas neoliberales, que acabaron poniendo en manos privadas el patrimonio del
Estado.
También se reviste del ultra
catolicismo que va en contra del movimiento LGTB, de la ideología de género y
que defiende con denuedo el principio y el final de la vida (entre medias que
cada palo aguante su vela); vamos, nada que no haya defendido
el PP cuando sacaba por las calles a su grey, pastoreada por los obispos, a
protestar contra el aborto. Todo ello salpimentado con soflamas en post de la libertad educativa, que es como se llama
entre la gente bien al trasvase de fondos públicos para la educación privada.
Y, finalmente, Vox pretende tener un
mayor control sobre las fronteras (sin salirse de la UE, paradójicamente),
frenar el islamismo radical y aplicar la reciprocidad
religiosa con países islámicos (les veo poniendo crucifijos en los vagones
del Ave a La Meca ), así como expulsar
de malos modos a los inmigrantes irregulares (cosa que ya hacía el PP y que sigue
haciendo el PSOE).
Que nadie, por tanto, se
llame a engaño: Vox no es el correlato español del Frente Nacional francés, por
mucho que Marie Le Pen les escriba tweets de
felicitación. Vox es un pastiche ideológico que mezcla los anhelos de Manolo
Escobar con las glorias del Cid; la pose
de Curro Romero con el perfil sociológico de Pajares y Esteso en Los Bingueros.
España en el corazón, pero sobre todo en la cartera
Y si en las ínfulas nacionalistas del programa político aún
podríamos encontrar semejanzas con el del Frente
Nacional, en lo económico ambos partidos están en las antípodas. Los voceros del neoliberalismo
hispano no han dudado en calificar el programa de Le Pen de horroroso. ¿Por
qué? Pues en
primer lugar porque en un ejercicio de coherencia, que no está bien visto entre
los fariseos del economicismo, sus
propuestas económicas están destinadas a llevar al plano material su
nacionalismo político. Y en segundo lugar, porque con su estatismo y su
prurito regulador, se
parecen más, a juicio de estos entendidos, a Podemos que a Trump.
Vox, sin embargo, no cae en esa tentación y separa claramente su folclorismo
nacionalista de su programa
económico, que no se aparta un ápice del neoliberalismo tan del gusto de la
oligarquía. Entre sus novedosas medidas podemos ver, en el punto 35, la clásica
reducción del
gasto público (entiéndase gasto como gasto social, porque cuando de dar
negocio a las empresas del Ibex se trata se le llama inversión). Tenemos
también la típica desregulación (camuflada bajo el señuelo de la simplificación de
normativas, trámites y procedimientos) en el punto 37. En el 38 tenemos
otra antigualla: buscar la autosuficiencia
energética de España, un argumento idéntico al que propició que durante el
Franquismo se iniciase la burbuja nuclear que llevo al sector eléctrico privado
a la bancarrota en los 80 y cuyo rescate estuvimos pagando hasta 40 años
después de la muerte del dictador.
En este traje hecho a medida de las
élites económicas, no podía faltar el eterno sueño húmedo de los amos del
cortijo: subir los impuestos a la clase media (punto 39) y bajárselo a las
grandes fortunas y a las empresas (puntos 40 y 46). Y, por si faltase alguna
trasnochada novedad en este catálogo de propuestas, en el punto 45 incorporan
al programa el ancestral mantra de la patronal eléctrica: hay que establecer menos impuestos y
costes regulados en la factura de la luz, pues son los culpables
de que paguemos uno de los recibos más caros de Europa. Ahí, calcadito del
argumentario de UNESA (ahora llamda AELEC); que no haya duda de quién paga al cantaor cuando se
escuche la copla.
Ultraderecha light, clásica y zero
Así que la nueva extrema derecha, es la de siempre: La que calienta la cabeza
al personal con folclóricas quimeras, pero identifica la patria con su
patrimonio; la que se perfuma con olor a incienso, pero se olvida de la caridad
y la justicia; la que habla de desmantelar el Estado, cuando ha sido
precisamente el instrumento que han utilizado secularmente para favorecer sus
intereses. Lo único que cambia, si se
quiere ver así, es el etiquetado. Vox es
la ultraderecha zero: todo el sabor de la ultraderecha tradicional pero sin el azúcar
progre de Ciudadanos ni la grasa de la corrupción del PP.
Si no hay nada nuevo ¿a qué viene tanta alharaca entonces? Pues supongo que
esto obedece a esa necesidad de hacer publicidad del nuevo
producto, un producto con el que atraer a los que, traicionados por el
latrocinio del PP, no comulgan (nunca mejor dicho) con los guiños laicistas de
ciudadanos. Un producto que consigue, así mismo, eclipsar
a esa otra extrema derecha violentamente xenófoba, laica y anticapitalista
que clama contra la banca y les
chafa las celebraciones al PP. Finalmente, gracias al estrambótico discurso
de Vox, se consigue que Ciudadanos, por comparación, vuelva a parecer un
partido moderado; porque en su intento de adelantar al PP por la derecha se
pasaba el día derrapando y, sin esta expansión del tablero, corrían el riesgo
de salirse de madre.
Así que, pasa con la extrema derecha
como con los detergentes, que los fabricantes sacan nuevos productos pero
mantienen la misma fórmula. Ahora toca anunciar Vox Express, el
milagro anti manchas, que al tiempo que mantiene intacto el tejido
electoral de la extrema derecha, limpia los restos del fascismo anticapitalista
y devuelve a Ciudadanos su color original. Y todo ello, como no, con el
inconfundible aroma de la España de siempre.
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