No será demasiado injusto, concediendo
a todos los hombres el derecho a divertirse,
no permitir ningún solaz a los que se
dedican al estudio, máxime si hablan de asuntos serios que, aunque tomados en
broma, tal vez sean de más provecho al lector que tenga un mínimo de
olfato, que ciertas severas y espléndidas disertaciones?
Erasmo de Rotterdam,
Elogio de la estulticia
Nadie mejor para escribir un tratado sobre la estupidez, la
estulticia y la idiocia que quien las conoce de primera mano. Tal es mi caso.
No soy de los que hablan de la pobreza cómodamente sentados en un sillón del
Círculo de Bellas Artes. Puedo hablar de
la estupidez no solo por experiencia ajena sino también propia. Por tanto no
podrá venir nadie a restregarme con sorna aquello de “no hay como estar sano
para hablar de boticarios, médicos y cirujanos”.
Como
les digo, no me levanto ni me acuesto día, en el que estúpido, estulto o idiota
al menos por un momento no haya sido. Y, resignado como estoy ante la
imposibilidad de librarme de tales desviaciones, sólo rezo para que cuando esto
ocurra no me pille acompañado o haciendo algo importante. No acabo de entender
por qué suceden estas cosas ¿Qué es
este poderoso influjo al que nadie puede escapar?
¿Qué es la estupidez? Por sus frutos la
conoceréis
En 1976 el italiano Carlo María Cipolla, por aquel entonces
profesor de Historia económica en la universidad de Berkeley, publicó un
opúsculo titulado Las leyes fundamentales de la estupidez humana, donde aborda
el tema de la estupidez basándose en un esquema económico de costes y
beneficios.
Según
él la persona inteligente es la que con sus acciones consigue un beneficio para
sí y para los demás. La malvada la que consigue un beneficio para sí a costa de
causar un perjuicio a los demás. La persona ingenua es la que reporta un
beneficio a los demás a costa de su
propio perjuicio. Y, por último, la persona estúpida es la que, con sus
acciones, se causa un perjuicio a sí mismo y a los demás. Cipolla nos ofrece al
respecto una descripción sumamente elocuente:
“Nuestra
vida está salpicada de ocasiones en que sufrimos pérdidas de dinero, tiempo,
energía, apetito, tranquilidad y buen humor por culpa de las dudosas acciones
de alguna absurda criatura a la que, en los momentos más impensables e
inconvenientes, se le ocurre causarnos daños, frustraciones y dificultades, sin
que ella vaya a ganar absolutamente nada con sus acciones. Nadie sabe, entiende
o puede explicar por qué esta absurda criatura hace lo que hace. En realidad,
no existe explicación ―o mejor dicho― sólo hay una explicación: la persona en
cuestión es estúpida”. (CIPOLLA, 2013: 40)
Cómo pulir el filo de un bisturí con
piedra pómez
El esquema de Cipolla, como él mismo
reconoce, puede ser un poco tosco:
“El
análisis del tipo costes-beneficios puede ayudar a resolver el problema, aunque
no completamente; pero no quiero aburrir al lector con detalles técnicos: un
margen de imprecisión puede afectar a la medición, pero no afecta a la esencia
del argumento.” (CIPOLLA, 2013: 40)
Sin
embargo, su concisión lógica y su claridad expositiva hacen de él una
herramienta muy manejable y apropiada. No obstante lo dicho, voy a intentar
hacer un par de precisiones en aras de pulir un poco su filo.
Quizá
se pregunten si no existe la posibilidad de que una persona nos inflija un daño
sin que esto suponga para él ni perjuicio ni beneficio. La respuesta es no;
pues esa neutralidad es solo aparente, dado que hemos de tener presente el
denominado coste de oportunidad: La energía y el tiempo desperdiciados al
causarnos el mencionado perjuicio podían haber sido empleados de modo que le
reportasen un beneficio. Por tanto él también ha perdido, en este caso una
oportunidad de beneficiarse de ellos de modo más inteligente. Y como todos
sabemos el tiempo y la energía, así como las oportunidades, son finitas.
Así
mismo, habrá quien discuta que buscar el propio beneficio solo sea inteligente
cuanto se busca, además, el de otros. De hecho la mayor parte de teoría
económica moderna es precisamente eso: un intento de demostrar que el egoísmo
es no solo una opción inteligente, sino que es la única inteligente. Sin
embargo quien así piensa olvida un hecho fundamental que subrayó en su día
Ortega y Gasset y José Antonio Marina vuelve a poner acertadamente de relieve:
“Ortega
dijo una frase que ha tenido una fortuna desmediada, porque sólo se ha hecho
popular una mitad y la otra paso desapercibida. “Yo soy yo y mis
circunstancias” es la mitad exitosa. “Y si no salvo mi circunstancia no me
salvo yo”, es la mitad más importante pero olvidada.” (MARINA, 2004 : 140)
No
somos islas. Nuestra vida está íntima y terriblemente ligada a la de los demás.
No solo porque la interconexión de nuestro mundo sea tal que necesito
irremediablemente de los demás para satisfacer mis deseos y aspiraciones (y
buscar únicamente mi provecho me aleja tarde o temprano de ellos), sino también
porque nuestro mismo cerebro está especialmente diseñado para ello y sin ello
se atrofia, como nos cuenta John Rathey en su libro El cerebro: Manual de
instrucciones:
La
cognición social es la facultad de sentir afecto por un amigo, de comprender y
establecer lazos de empatía con otra persona y de comunicar las propias
necesidades de manera eficaz. Nuestra mayor virtud humana es nuestra conexión
con otros seres humanos, y la actividad social es básica para nuestra salud y
nuestra felicidad. Nuestros cerebros están preprogramados para buscar a otros
seres humanos desde el momento del nacimiento; una interacción continua con los
padres y con los semejantes es esencial para el desarrollo normal a lo largo de
toda la vida. (RATHEY, 2003 : 365)
Por
último, el historiador italiano afirma que el estúpido no se hace sino que
nace:
“Tengo
la firme convicción, avalada por años de observación y experimentación, de que
los hombres no son iguales, de que algunos son estúpidos y otros no lo son, y
de que la diferencia no la determinan fuerzas o factores culturales sino los
manejos biogenéticos de una inescrutable Madre Naturaleza. Uno es estúpido del
mismo modo que otro tiene el cabello rubio; uno pertenece al grupo de los
estúpidos como otro pertenece a un grupo sanguíneo. En definitiva, uno nace
estúpido por designio inescrutable e irreprochable de la Divina Providencia.” (CIPOLLA, 2013 : 21)
Sin
negar la posibilidad de que haya quien de la cuna a la sepultura sea
perfectamente estúpido, me inclino a pensar, por las razones que más adelante
detallaré, que en la mayor parte de los casos la estupidez es algo gradual y
acumulativo. Residuos que se van depositando en nuestro interior y que
dificultan el ejercicio de nuestra razón, como arenilla en un mecanismo de
precisión. Por tanto, quizá quepa más bien hablar de ideas, palabras o acciones
estúpidas que de personas estúpidas. La persona estúpida sería solamente
aquella cuya acumulación de estupidez residual es ya tan alta que le impide, en
cualquier momento, hacer un uso correcto de sus facultades mentales.El resto de
personas puede atravesar fases o tener momentos estúpidos, pero no es
estúpida.
Esta
consideración de la estupidez como un rasgo adquirido más que innato, podría
explicar, además, el hecho que comentaba al principio: personas que suelen
conducirse por la vida de manera racional e inteligente puedan, llegado el
momento, pensar, decir o hacer algo estúpido. Al respecto José Antonio Marina
afirma:
"Nadie
está libre de tener quistes mentales ―las manías por ejemplo―, lo importante es
que queden aislados, sin llegar a los grandes centros vitales, sin producir
metástasis mentales. Lo importante es no dejarles tomar el poder."
(MARINA, 2004 : 42)
Si
quisiésemos llevar al extremo muestro prurito médico, además de redactarlo con
una letra ilegible, diríamos que una
persona es completa e irremediablemente estúpida cuando la tasa de estupidez
residual (índice de idiocitos) que circula por el torrente sanguíneo de su
pensamiento es tan alta que impide que se produzca ninguna combinación
molecular de ideas que no contenga un buen puñado residuos estúpidos que la
pervierta y malogre. Aquí no es que las facultades mentales se detengan o
tengan un mal funcionamiento súbito, sino que se hallan permanentemente en
suspenso o funcionando mal.
En
el próximo artículo abundaré en esta idea, dentro de un marco más amplio que
podríamos denominar fisiología de la estupidez. Pero ahora, para terminar,
permítanme un par de aclaraciones conceptuales.
Estulticia e idiocia
Habrá
quien se pregunte por qué si mi tratado versa sobre la estupidez, la estulticia
y la idiocia hasta ahora no he hablado nada más que de la primera. Básicamente
porque vienen a ser lo mismo. Sería algo parecido a la semejanza entre un
fonema y sus alófonos. La estupidez, como el fonema, puede considerarse la
realización perfecta y abstracta del fenómeno. La estulticia y la idiocia
serían las variaciones particulares del fenómeno general.
La
estulticia vendría a ser la estupidez tosca y ramplona; las acciones, palabras
o ideas nacidas de una inteligencia roma, mellada. Quizá pueda considerarse un
sinónimo perfecto de necedad o tontería. Estultas o necias serían, por tanto,
aquellas ideas, palabras o acciones que implican un perjuicio para los demás
sin que quien las tiene, emplea o practica advierta que le perjudican o que no
obtiene ningún beneficio del daño causado.
La
idiocia, por otro lado, vendría a ser la estupidez afectada, ensimismada. El
término idoita proviene del griego ἰδιώτης (idiōtēs), cuya raíz es ἴδιος
(idios), que significa uno mismo, privado del resto o apartado. Alude a quien, como apunta Aristóteles en La
Política, vive aislado de la sociedad; apartado de los demás; en su propio
mundo. Por tanto las ideas, palabras o acciones idiotas, en el sentido radical
del término, serían aquellas en las que quien las alberga considera que está
obrando en su propio beneficio o en el de los demás al causar un daño, si bien
en realidad solo se está haciendo tanto daño a sí mismo como al resto.
Voy
a poner un ejemplo, para que la cosa quede clara: Un fulano que circula en
verano a las 3 de la mañana con las ventanillas del coche abiertas y la música
a todo trapo está siendo estúpido. Si lo hace sin darse cuenta de que se está
jodiendo los oídos y fastidiando al prójimo está siendo tonto, necio o estulto.
Si lo hace pensando que con ello consigue la admiración de aquellos con los que
se cruza, entonces está siendo idiota.
Así
las cosas, considero suficientemente delimitado el objeto de nuestro estudio.
En nuestro próximo artículo explicaré su funcionamiento.
BIBLIOGRAFÍA
CIPOLLA, Carlo María: Las leyes
fundamentales de la estupidez humana. Barcelona, Crítica, 2013
MARINA, José Antonio: La
inteligencia fracasada: Teoría y práctica de la estupidez. Barcelona,
Anagrama, 2004
Sin ningun género de dudas, es mejor el original de Cipolla que este blog.
ResponderEliminarEl libro "Allegro ma non troppo" ISBN 84-8432-227-0 es una delicia que debería estar en todas las bibliotecas y junto con el ensayo sobre la estupidez humana (que 30 años de haberlo leído encuentro mas vigente que nunca), contiene un ensayo sobre las especias que es simplemente genial
http://es.wikipedia.org/wiki/Allegro_ma_non_troppo
Muchas gracias por su comentario, aunque en la comparación salga mal parado.
ResponderEliminarCipolla es un autor divertido, lúcido y genial. De hecho mi humilde entrada no deja de ser un reconocimiento a su obra y su teoría, en la cual me inspiro y con la cual discrepo basicamente en un asunto: El caracter innato de la estupidez. Igual es porque soy demasiado joven y todavía creo en ideas candorosas como la perfectibilidad humana y el libre albedrío. Quien sabe. Dentro de unos años igual me veo obligado a cambiar de opinión. No dude que si en cuentro una teoría cuya explicación me satisfaga más lo haré.
Un saludo.
Buenas tardes Cazador,
ResponderEliminarA pesar de no convencerme las ideas de Cipolla, creo que tus ideas y las de Marina llegan a compensar sus carencias ¿Por qué digo esto? Cipolla es economista, y analiza el asunto desde el estrecho marco a través del que un economista analiza la realidad humana. Cipolla es un "Homo oeconomicus", y como tal, es incapaz de comprender el comportamiento anti-económico. Comportamiento humano ciertamente amenazado, pero que todavía perdura, como demuestra el comportamiento de Albert Pla que yo describía (a través de una cita literal de otra fuente) en este artículo, que parece no fue mucho de tu agrado
La sociedad de la corrupción: auge del homo corruptus y degradación del significado de la democracia
¿Será el Sr. Pla un estúpido para el director del Saturday Evening Post? Rechazando su oferta quizás causó un perjuicio al diario, y sin embargo, aparentemente también se lo causó a si mismo. No, el estúpido sería el director de ese diario, por mirar la vida bajo sus estrechas ideas fijas. Este creo que es el caso de Cipolla, que intenta meternos en su marco a través del humor, lo cual siempre se hace más ameno. Es el fondo, no la forma, lo que escama en este asunto ¿Por qué no causar un perjuicio a alguien simplemente porque nos cae mal? Según este estudio, con fundamentos sólidos, los economistas reciben un entrenamiento destinado a convertirles en despreciables psicópatas
http://www.psychologytoday.com/blog/give-and-take/201310/does-studying-economics-breed-greed
que sean entrenados para ello no quiere decir que todos lo sean, pero, la hipótesis de que los economistas en general caen mal no es descabellada
¿Por qué hacer mal a alguien? Quizás por "la circunstancia" de Ortega. Si freno a la gente que intuyo terminará empeorando mi circunstancia en realidad me hago un bien, aunque el sentimiento venga de un oscuro recoveco atávico de mi cerebro.
El homo oeconomicus es el hombre corrupto. Nadie rechazaría la corrupción dadas las pantagruelicas recompensas que ofrece nuestra sociedad al éxito (el problema de la desigualdad), pensando sólo en su interés, hay que tener cierta idea de "nuestra circunstancia" que cada día escasea más.
Continúo,
EliminarSmith tenía una visión optimista del ser humano, Cipolla más bien pesimista, a pesar de teñirla con humor ¿Son estas características propias de la personalidad de cada cual o podemos hacer una pequeña extrapolación a sus respectivos contextos históricos? Me dirás que siempre ha existido el cinismo, quizás lo nuevo es que ahora no es necesario cubrirlo debajo de una capa de sociabilidad convencional ¿o podía ser sociabilidad auténtica?
El hombre es un animal que nace inadaptado para la vida, como todos los mamíferos, pero en grado sumo. Pasa toda su infancia buscando afecto y aprobación del grupo o familia. Quizás eso explica la sociabilidad innata de la que nos habla Marina. No podemos negar que son fundamentales para nuestra psique las ideas y experiencias que adquirimos en nuestro trato con ese entorno, que hoy en día es puramente social (la naturaleza, dominada, se ha convertido en una forma de escape). Sin duda esas ideas y experiencias han variado enormemente desde la época de Smith a la de Cipolla.
Es indudable que hemos sufrido (y disfrutado) una revolución social. Desde el punto de vista optimista de Smith lo que saltaría a la vista de forma inmediata es el contraste entre el éxito material y el fracaso social. Smith hubiese imaginado que con esta abundancia, con el progreso de la razón, habríamos alcanzado una sociedad sin conflictos, sin pobreza, sin agobios ¿Qué falló? Podemos recurrir a la naturaleza humana, aunque yo la veo más como un computador, que reproduce lo que introduces en el disco duro.
La sociedad actual se caracteriza por cadenas de dependencia extendidas, las consecuencias de nuestros actos se pierden de vista en el horizonte ¿Somos conscientes de cómo funcionó aquel proyecto de depuradora en el que trabajamos, ese producto que paso por nuestra máquina....? La de Smith creo que era más humana, seguramente conocías a la mayor parte de la gente con la que te cruzabas en el camino.
Son necesarios, hablando en términos de la dinámica de sistemas, bucles de retroalimentación negativos, que tiendan a reprimir, moderar y suavizar lo que nos ha pasado, y no a potenciarlo a lo loco ¿De donde vendrán?
San Agustín hablaba de "La ciudad de Dios", el concepto de ciudadanía, la Ley .No creo que la Ley pueda producir una revolución social, pero puede empujar en la dirección correcta.
Por último, venía por aquí también en búsqueda de mi propio "interés", creo recordar que tenías algunos artículos en ingles/castellano, podías pasar de uno a otro simplemente pulsando un botón. Tengo un hermano en paro que se ha mostrado interesado en traducir bien mi blog. Necesitaría saber como se hace para introducir las entradas en dos idiomas, y todo el proceso.
un abrazo.
Muchas gracias Jesús por tus siempre bien recibidos comentarios. Perdona que conteste siempre tarde. El poco tiempo que tengo lo he invertido en escribir una nueva entrada y hasta hoy que la he publicado no he reparado en que estaban ahí.
EliminarCipolla no fue exactamente economista, sino un historiador económico, es decir, alguien que escribe la historia desde el punto de vista de la vida económica. Su punto de vista no es tanto el resultado de un análisis económico como de la experiencia. En 1991, a punto de jubilarse como profesor de Historia económica en la universidad de California, escribía:
“Algunas personas que se creen, o quieren parecer, instruidas y avisadas suelen repetir a menudo que la historia es maestra de vida y que el hombre aprende mucho de la experiencia. Soy historiador de profesión, pero más de cuarenta años de estudios e investigaciones históricas me han persuadido de que esta convicción ingenua hace agua por todas partes y que el ser humano no aprende nada de nada ni de su experiencia personal ni de la de sus semejantes, tanto si es colectiva como individual, y sigue, por tanto, repitiendo con monótona tozudez los mismos errores e idénticas fechorías, con consecuencias destructivas para el progreso humano.”
Creo que cualquiera que echase un vistazo a las páginas de tu blog dedicadas a la historia económica y las comparase con nuestra cotidiana realidad, no podría sino llegar a conclusiones semejantes. Yo, sin ir más lejos, yendo el domingo de rebajas con mi novia por Madrid (la vida está llena de invisibles peajes y no todos nos los ponen desde arriba), viendo las tiendas de Gran Vía convertidas en una bullente gusanera de gente a la que tres cojones le importa qué ha sido necesario para que ellos puedan comprar un pantalón a 20 euros, de los cuales la marca se queda con diez y el estado con cinco, alternándose con gente pidiendo, despreciada e ignorada, que quizá hace un par de años también estuvo de rebajas…Pues que quieres que te diga, dan ganas de tirar la toalla porque uno no acaba de ver futuro.
El análisis de Cipolla no me parece tan malo. Un poco tosco, tal vez, pero bastante gráfico. No creo que se circunscriba exclusivamente a lo meramente económico, pues no define el bien en esos términos. En el caso de Albert Pla, podemos aplicar bastante bien el esquema: Albert Pla fue un tipo inteligente, pues se hizo un bien a sí mismo (tenía ya cuanto quería y no dejó que se lo arrebatasen) y a los demás (familiares, amigos y seguidores pudieron seguir disfrutando de él tal cual era y donde siempre había estado). El director del periódico sería un claro ejemplo de malvado que trato de apropiarse en beneficio propio de algo que no le pertenecía: La vida y el talento de Albert.
Los prudentes y los sabios de este mundo no alcanzan a ver estas cosas. Seguramente pensarán como sospechas que pensaría el director Saturday Evening Post. Pero estas cosas todavía las tienen claras los tipos sencillos a los que todavía no les ha pasado por encima este mundo fatuo. La gente con sentido común (con idea de nuestra circunstancia, como dices), que es lo contrario del sentido individual que hoy impera.
En otro rato sigo, que me aguarda la cena. En cuanto tenga un ratín te mando un correo con la explicación del blog
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