Elisabeth, “Lizzie” como le llamaban sus amigos, era
seguidora de las teorías del economista norteamericano Henry George y buscaba
demostrar, de forma lúdica, los perniciosos efectos que obraba el monopolio en la
oferta de bienes inmuebles, pues éste originaba que las rentas se tornasen
abusivas, provocando así el rápido enriquecimiento de los propietarios a costa de la miseria de los arrendatarios. Para
ello pergeñó un juego de mesa al que llamó El
juego de los arrendadores, cuya patente solicitó que le fuese reconocida el
23 de marzo de 1903. Sin saberlo, Lizzie acababa de sentar las bases de lo que,
con el tiempo y la alargada sombra de los hermanos Parker, acabaría siendo el
juego de finanzas más popular del mundo: El Monopoly.
¿Quién no ha jugado alguna vez al Monopoly? ¿Quién
no ha alcanzado el éxtasis viendo la cara de panoli que se le quedaba a su
primo, a su vecino, o a su cuñado al caer en alguna de las calles de color azul
cuando en ellas se enseñoreaba un hotel rojo y orondo como el sol del
atardecer? ¿Y quién no ha disfrutado leyendo las apasionantes, a la par que
instructivas, reglas del juego? Me temo que aquí acabo de quedarme solo.
En efecto, siendo esencialmente España un país donde
la gente aprende de oídas, me temo que entre los lectores de este artículo nos
las veríamos moradas para juntar a media docena que se hubiese leído las susodichas
instrucciones. Así pasa, que con el boca a boca las reglas del juego van
evolucionando y no se juega igual en casa de tu amigo el de Zamora que en el
cuartel cuando hacías la mili en Valencia; y si alguien reclama o protesta
siempre está el socorrido recurso a la tradición: “Pues aquí hemos jugado así
toda la vida”.
En cualquier caso,
se juegue con las reglas que contiene la caja, si es que las contiene,
porque todas acaban desapareciendo en extrañas circunstancias (ríanse ustedes
de lo de Vélmez comparado con esto); o se juegue con las reglas de la casa,
esas reglas tienen siempre que estar sujetas a dos principios para que la cosa
funcione: coherencia y reciprocidad. Es decir, han de guardar relación y
proporción entre ellas y, a su vez, ha de existir correspondencia entre lo que
tú haces y lo que te pueden hacer a ti. De este modo, nadie consentiría que se
pudiese hipotecar una calle por un valor mayor al venal; ni nadie aceptaría que
alguien cobrase 400 euros por concluir el recorrido del tablero mientras el
resto cobra solo 100.
En este tablero de juego al que llamamos España
sucede hoy en día algo parecido. No juntaríamos media docena entre los que leen
estas líneas que sean lectores habituales del BOE, o que lean los decretos en
los que se materializan las reformas. Ahora bien, esto no es óbice, sin
embargo, para que sean cada día más los que se dan cuenta de que la cosa no
funciona, pues ni la coherencia ni la reciprocidad se encuentran entre los
principios que conforman e inspiran nuestras reglas del juego.
No es coherente ni recíproco, por ejemplo, que se
haya reducido el número de médicos, profesores, asistentes sociales o bomberos
y que, por el contrario, se mantenga el mismo número de concejales liberados,
diputados provinciales, diputados regionales, diputados nacionales, senadores,
etc. Cierto que son los representantes de la inalienable voluntad democrática,
pero puestos a elegir yo prefiero que me representen un poco menos y que me
curen, me enseñen o me protejan un poco más.
Tampoco podemos hablar de reciprocidad o coherencia cuando
alguien, al invertir en comprar una casa, se equivoca en sus expectativas, no
puede pagarla, y la acaba perdiendo;
mientras que un consejero delegado de un banco (infinitamente mejor
informado y asesorado) obtiene una cuantiosísima indemnización tras haber
arruinado a la entidad como consecuencia de haberse equivocado en muchas malas
inversiones.
De este modo, lo que menos puede sorprendernos a
estas alturas es que cada vez sean más los que acusan a la banca y a los
políticos de amañar la partida, pues
resulta extraño que todas las cartas de sorpresa que le tocan al
contribuyente sean de pagar mientras que las que les tocan a banqueros y
políticos sean las que les dejan libres de la cárcel. Como tampoco puede
sorprendernos que cada vez sean más los que, como sucedería jugando al Monopoly,
se levantan de la mesa al grito de “¡sois unos tramposos de mierda!”
Esto es España....menudos ladrones
ResponderEliminarEl mayor tramposo salió del gobierno, si la justicia hubiese actuado a tiempo, ni tan siquiera hubiese acabado su legislatura y posiblemente los actuales actuasen con más responsabilidad.
ResponderEliminarLos banqueros sin control también actúan a su arbitrio, para ello se supone que debería actuar el Banco de España, su director es otro que también se merece la cárcel.
¿Como quereis terminar esta historia? ¿con una España intervenida o con una España que supo hacer justicia y recortar las prebendas que dispensaba a sus políticos?
Yo apuesto por lo segundo, por eso sí merece la pena salir a la calle.
Muchas gracias por tu cometario. No es cuestión de buscar a mayores o menores, sino de, como decía Unamuno, llamar ladrón a quien ves robando, pues si no te conviertes en su cómplice.
ResponderEliminarCreo que para cambiar las cosas hay que empezar cambiando la opinión que la ciudadanía tiene sobre éstas. No hay nada más que ver la encuesta del CIS que ha salido hoy para darse cuenta de que esto se está produciendo. Lo importante es no perder la memoria, agudizar el entendimiento y ejercitar la voluntad, todos los días y en cada parcela de nuestra vida.
Un saludo y te reitero mi agradecimiento.
Pues yo soy de los que se leyó las instrucciones del Monopoly y nunca logró que los demás las aplicaran al ciento por ciento. No lo he conseguido ni con mis hijos.
ResponderEliminarMe he leído el blog de cabo a rabo y me gusta mucho, me ayuda a verlo todo más claro y a analizar mejor todo lo que veo a mi alrededor. Gracias por tu claridad.
Hola Eduardo
EliminarComo digo en el artículo, a veces no hace falta jugar con lo que estrictamente dicen las regalas de la caja, sino con unas normas basadas en la reciprocidad y el sentido común
Muchas gracias a tí por haberte molestdo en leerlo; por habiendote molestado en leerlo molestarte en comentarlo; y por habiendote molestado en comentarlo decir que te ha servido de ayuda.
Un saludo
Muy buen análisis, muy buen artículo. Sólo añadiría que el juego, transportado a la realidad de nuestra sociedad, se debería llamar "Oligopoly".
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Disculpa la tardanza al contestarte, pero había mucho que no había abierto la bandeja de mensajes. No te falta razón al mencionar la realidad de los oligopolios. Conseguir un monopolio es una tarea titánica que no esta al alcance de cualquiera, de ahí que triunfe la fórmula del oligopolio, donde la lucha es menos encarnizada y los beneficios más estables.
ResponderEliminarUn saludo