Me expongo a que algún analfabeto me llame facha, pero a estas alturas me resbala: Un día como hoy, 20 de noviembre, hace 75 años, murió
fusilado José Antonio Primo de Rivera en
el patio de la cárcel de Alicante. Supongo que con los vaivenes y ajetreos de
las elecciones, la prima de riesgo y la madre del cordero, pocos serán los que
se acuerden. Y si alguien se acuerda será, me temo, para meterle en el mismo
saco que a Franco, al que dejaron morir justamente ese día. No hay mucho que
reprochar, por otro lado, porque el artero gallego se encargó en vida de uncir
su borrica al celeste yugo del ausente auriga, hasta el punto de trasladar los
restos de éste a la basílica del Valle de los caídos donde acabarían reposando junto a
los suyos.
Como, por fortuna, no tuve que tragarme de pequeño la rancia
papilla que los ideólogos del movimiento cocinaron, cogiendo un poco de aquí y otro
poco de allá según les cuadrase; ni en mi casa me inocularon odios ajenos e inveterados
a los rojos, a los azules o a los grises, mi acercamiento a la figura y a la
obra de José Antonio estuvo desprovisto de prejuicios y fue, sencillamente,
fruto del azar y la curiosidad: Leí algo suyo en la universidad con veinte años
y me fascinaron su manera de ver el mundo y la prosa elegante y afilada con la
que transmitía ésta. Por tanto, el afecto que hoy por ambas profeso no proviene
de un instinto heredado, ni de enmohecidas nostalgias, sino de algo mucho más
elemental: Disfruto leyéndole, en sus palabras reconozco el eco de alguna
lejana verdad e intuyo los ojos de quien ha mirado al mundo apoyado en el mismo
alfeizar en el que ahora estoy.
Independientemente del papel que desempeñó o dejó de
desempeñar en la política de su tiempo, sobre el que se ha hablado mucho y se
ha dicho más bien poco, lo que tengo claro es que la obra de José Antonio es la
obra de un hombre lúcido que conoce hasta el tuétano el alma de sus congéneres;
uno de los pocos que en su tiempo observó la realidad española sin vendas ni
anteojeras. Es a veces la obra de un visionario, cuyos juicios, expresados con
elegancia pero sin medias tintas, todavía hoy suenan cercanos, casi proféticos.
Por ser hoy
día de elecciones, voy a despedir este
recorte con un párrafo de su conferencia en el Círculo Mercantil de Madrid
el 9 de abril de 1935: Evidentemente,
para adueñarse de la voluntad de las masas hay que poner en circulación ideas
muy toscas y asequibles; porque las ideas difíciles no llegan a la muchedumbre;
y como entonces va a ocurrir que los hombres mejor dotados no van a tener ganas
de irse por las calles estrechando la mano del honrado elector y diciéndole
majaderías, acabarán por triunfar aquellos a quienes las majaderías les salen
como cosa natural y peculiar. Viendo la campaña electoral que acabamos de dejar atrás, uno no
puede evitar estremecerse y pensar: “Qué razón tenía el jodío”. Si pueden, no se priven de
leerlo.
Querido Goyo: Supongo q no t extrañaras de que empiece mi primer comentario en tu blo por este articulo. Me gusta tu estilo, muy a lo P. Reverte, jaja, sin ridículos complejos y siempre con la espada desenvainada. Jose A. es y será un hombre excepcional, fuera de lo común. Lamentablemente nació antes de tiempo, y los años 30 no estaban a su altura como persona. A pesar de la propaganda de 40 anos continuados de su persona, sigue suendo un gran desconocido. Muchas de sus opiniones y doctrina sin aplicables y validas hoy en dia; otros se quedaron en el tintero, sin desarrollar, sin lograr sus seguidores, no coetáneos ni subsiguientes, capaces de llevar adelante el barco nacional-sindicalista. Yo soy un enamorado de la figura de Jose A., del político, del abogado, del hijo leal con la memoria de su padre, del ser humano que llevaba dentro. Como indico Enrique de Aguinaga, gran conocedor del falangista, Rosa Chacel dijo de el que su obra era 'deslumbrante'. Animo también a tus lectores a leer las obras completas de J. Antonio. Merece la pena. Gracias por tu articulo.
ResponderEliminarNo me extraña lo más mínimo, los dos comimos en la facultad la misma fruta prohibida. Muchas gracias por tus palabras que, aunque sé que son sinceras, me vienen grandes.
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