La
película comienza anticipándonos el final para volcar a continuación la
intensidad del relato en ver cómo se ha llegado a él. Partiendo de seis
historias aparentemente inconexas, el director va hilvanando la trama, de modo
que a medida que va avanzando la narración esas historias se entrelazan y
explican unas a otras. Algo parecido pretendo hacer yo. Partiendo de un final
conocido (un país encerrado, miles de muertos, un sistema de salud extenuado y
una economía a la deriva) pretendo volcar la intensidad del relato en ver cómo
hemos llegado hasta aquí y, como en Crash,
voy a hacerlo a través de seis historias aparentemente aisladas pero
fatídicamente unidas: el contexto económico mundial, el papel de China, la
propagación del virus, las limitaciones de la ciencia, la sibilina posición de
la Unión Europa y la crítica situación de España ante la epidemia. Comencemos,
por tanto, ampliando el plano para ver en perspectiva el lugar en el que se
ubica nuestra historia: el contexto económico internacional.
1. El contexto
económico internacional
Desafiando
la ley de Godwin y apelando
suplicante a la benevolencia del lector, comencemos nuestra historia justo después
de que los nazis fuesen derrotados en la Segunda Guerra Mundial. En aquel momento, con los muertos todavía
recientes y la amenaza de la extensión del comunismo, las potencias
occidentales ponen en marcha la reconstrucción de Europa bajo la batuta del Estado
y se pone a funcionar a toda máquina lo que podríamos denominar capitalismo industrial o
capitalismo productivo, en el que la obtención de grandes plusvalías o
rendimientos está ligada al incremento constante de la producción de bienes y
servicios.
Ahora
bien, la rueda de la producción y el comercio no se pueden hacer girar
ilimitadamente en un mundo en el que los recursos son limitados, y así las
tensiones entre los grandes capitalistas y los trabajadores comenzaron a
aflorar a finales de los 60 por el desigual reparto de unos rendimientos cada
vez mas mermados. La crisis del petróleo de 1973 no haría sino agudizar el
problema, mostrando el antagonismo en su forma más cruda: en un mundo que no
puede ir constantemente a más, llega un momento en el que el enriquecimiento de
unos supone el empobrecimiento de otros.
Así,
en los años 70, va a recrudecerse la oleada
de tensiones y protestas sociales, hábilmente
instrumentalizada por los grandes capitalistas y sus medios de comunicación para
acabar situado en el poder a Ronald Reagan en Estados Unidos y a Margaret Thatcher
en Inglaterra. Estos dos mandatarios se convertirán en la avanzadilla de la
desregulación económica y de las privatizaciones estatales en Occidente,
iniciando una oleada que acabará afectado a todo el mundo, sobre todo después
de la caída de la Unión Soviética.
Reagan
y Thatcher, doblegando la fuerza de los sindicatos, conseguirán con sus medidas
situar de nuevo en el centro de la economía a los grandes magnates, que harán
virar el capitalismo hacia un nuevo modelo: el capitalismo financiero o
especulativo. De este modo el keynesianismo y la socialdemocracia, que proporcionaron
el fundamento ideológico a la era del capitalismo industrial, se batían en
retirada, dejando su lugar al neoliberalismo, que será el que proporcione la
coartada ideológica para ese viraje hacia el nuevo modelo capitalista.
Para
no calentar mucho la cabeza al lector, que ya lleva lo suyo, diré que en este
nuevo modelo de capitalismo los grandes inversores empiezan a desvincular sus
ganancias de la producción y empiezan a vincularlas a la especulación. Como
manera de enriquecerse se va sustituyendo la producción y compraventa de bienes y
servicios (coches, fábricas, sanidad, etc.) por la producción y compraventa de
los instrumentos que permiten el intercambio y la producción de dichos bienes y
servicios (dinero, acciones, títulos de deuda, etc.). Con un ejemplo se
entenderá mejor: es como si un atleta fuese incapaz de bajar más sus tiempos y
entonces decidiese poner su empeño en manipular los instrumentos que le permiten medir y desarrollar
su actividad (alterase la distancia de la pista, la forma de medir del cronómetro, etc).
De
este modo el nuevo modelo permite a los dueños del capital que sus beneficios
crezcan a un ritmo mucho más rápido que el ritmo al que crece la economía (es
como si nuestro atleta bajase los tiempos sin haber mejorado su rendimiento
físico), pero también provocan desajustes entre la cantidad de bienes y
servicios realmente producidos o intercambiados (la distancia y tiempo reales
de nuestro atleta) y el valor asignado a los instrumentos que permiten dicho intercambio
y producción (se asigna a la pista un valor mayor del que realmente tiene y lo mismo al tiempo manipulado del crono).
Esta
diferencia entre realidad (economía) y expectativas creadas (beneficios) llega
un momento que se vuelve insostenible, dando lugar a sucesivas burbujas
financieras, cuyo estallido desestabiliza cada vez con más fuerza la economía,
pues la solución al estallido de una burbuja pasa en numerosas ocasiones por
inflar otra aún más grande. Tenemos así la crisis del mercado de valores de
1987, la crisis financiera asiática de 1997, la burbuja puntocom (1997-2002),
la quiebra de Enron (2001), la Gran Recesión (2008), la crisis de deuda
soberana en la Eurozona (2010-2015) y finalmente el colapso del mercado de
valores de 2020, en el que actualmente nos encontramos inmersos. Sí, estamos
otra vez en crisis. Y no, no es por el coronavirus.
Desde
muchos ámbitos se quiere hacer coincidir
este colapso con la aparición del coronavirus en Wuhan y la incertidumbre que
atraviesan los mercados internacionales por la forma en que esta pandemia podía
afectar a la economía mundial. Según este relato, las sombras sobre la economía
de comienzos de año se habrían transformado en duras correcciones de
las cotizaciones en los mercados financieros a finales de febrero y en un crash en toda regla
durante la segunda semana de marzo. Pero conviene no equivocarse: la pandemia ha
sido la chispa, pero la carga explosiva llevaba puesta desde mucho antes.
Desde
mediados de 2018 ya estaba presente la preocupación por los altos
niveles de deuda y el elevado déficit público tanto de las principales
economías mundiales, como de las emergentes. Cobraba cada vez más fuerza la idea de que se estaba
asistiendo al final de un ciclo; sobre todo si tenemos en cuenta que el volumen
de deuda privada era ya el doble que en 2008 y que en muchas de las grandes
economías la producción industrial estaba ya en retroceso o relentizada en el
último trimestre de 2019. Todo ello antes de que China diese a conocer al mundo la
aparición de un nuevo coronavirus en la provincia de Wuhan. Es decir, como
acabamos de ver, la economía mundial era un enfermo con numerosas patologías
previas antes de que el virus apareciese. Podría habérsela llevado por delante éste
o haber sucumbido ella sola. Cabría
decir entonces que el fin del ciclo y el reajuste se produjeron con el coronavirus y no por el coronavirus. Tengan en cuenta esta
importante distinción, que los medios de comunicación pasan deliberadamente por
alto, pues como veremos más adelante no es lo mismo morir con coronavirus que morir por
coronavirus. Aquí lo dejo. Si a ustedes les quedan ganas, y a mi fuerzas,
mañana más.
Este virus ha sido creado, expandido y dejado pasar intencionadamente. Solo una prueba, no ha afectado ni a Pekín ni Shangai y está dando de lleno en la Europa más industrial y en USA.
ResponderEliminarEs un asunto complejo del que hablamos en la tercera parte. Pero por muy tentador que resulte, no podemos establecer las causas solo por sus efectos. Porque siguiendo este método también podríamos decir que ha sido creado para incrementar el distanciamiento entre personas y evitar la lucha colectiva; para reducir el número de pensionista; o para incrementar el negocio de las funerarias.
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