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lunes, 30 de marzo de 2020

Cómo hemos llegado hasta aquí (1): El contexto económico internacional


        
No sé si habrán visto Crash, de Paul Higgins. Fue la ganadora del Óscar a la mejor película en 2006. Si no la han visto deberían, porque es buenísima; pero si no, tampoco es indispensable, porque lo que nos interesa aquí no es lo que cuenta, sino cómo lo hace.
         La película comienza anticipándonos el final para volcar a continuación la intensidad del relato en ver cómo se ha llegado a él. Partiendo de seis historias aparentemente inconexas, el director va hilvanando la trama, de modo que a medida que va avanzando la narración esas historias se entrelazan y explican unas a otras. Algo parecido pretendo hacer yo. Partiendo de un final conocido (un país encerrado, miles de muertos, un sistema de salud extenuado y una economía a la deriva) pretendo volcar la intensidad del relato en ver cómo hemos llegado hasta aquí y, como en Crash, voy a hacerlo a través de seis historias aparentemente aisladas pero fatídicamente unidas: el contexto económico mundial, el papel de China, la propagación del virus, las limitaciones de la ciencia, la sibilina posición de la Unión Europa y la crítica situación de España ante la epidemia. Comencemos, por tanto, ampliando el plano para ver en perspectiva el lugar en el que se ubica nuestra historia: el contexto económico internacional.
        

1. El contexto económico internacional

         Desafiando la ley de Godwin y apelando suplicante a la benevolencia del lector, comencemos nuestra historia justo después de que los nazis fuesen derrotados en la Segunda Guerra Mundial.  En aquel momento, con los muertos todavía recientes y la amenaza de la extensión del comunismo, las potencias occidentales ponen en marcha la reconstrucción de Europa bajo la batuta del Estado y se pone a funcionar a toda máquina lo que  podríamos denominar capitalismo industrial o capitalismo productivo, en el que la obtención de grandes plusvalías o rendimientos está ligada al incremento constante de la producción de bienes y servicios.
         Ahora bien, la rueda de la producción y el comercio no se pueden hacer girar ilimitadamente en un mundo en el que los recursos son limitados, y así las tensiones entre los grandes capitalistas y los trabajadores comenzaron a aflorar a finales de los 60 por el desigual reparto de unos rendimientos cada vez mas mermados. La crisis del petróleo de 1973 no haría sino agudizar el problema, mostrando el antagonismo en su forma más cruda: en un mundo que no puede ir constantemente a más, llega un momento en el que el enriquecimiento de unos supone el empobrecimiento de otros.
         Así, en  los años 70, va a recrudecerse la oleada de tensiones y protestas sociales, hábilmente instrumentalizada por los grandes capitalistas y sus medios de comunicación para acabar situado en el poder a Ronald Reagan en Estados Unidos y a Margaret Thatcher en Inglaterra. Estos dos mandatarios  se convertirán en la avanzadilla de la desregulación económica y de las privatizaciones estatales en Occidente, iniciando una oleada que acabará afectado a todo el mundo, sobre todo después de la caída de la Unión Soviética.
         Reagan y Thatcher, doblegando la fuerza de los sindicatos, conseguirán con sus medidas situar de nuevo en el centro de la economía a los grandes magnates, que harán virar el capitalismo hacia un nuevo modelo: el capitalismo financiero o especulativo. De este modo el  keynesianismo y la socialdemocracia, que proporcionaron el fundamento ideológico a la era del capitalismo industrial, se batían en retirada, dejando su lugar al neoliberalismo, que será el que proporcione la coartada ideológica para ese viraje hacia el nuevo modelo capitalista.
         Para no calentar mucho la cabeza al lector, que ya lleva lo suyo, diré que en este nuevo modelo de capitalismo los grandes inversores empiezan a desvincular sus ganancias de la producción y empiezan a vincularlas a la especulación. Como manera de enriquecerse se va sustituyendo la producción y compraventa de bienes y servicios (coches, fábricas, sanidad, etc.) por la producción y compraventa de los instrumentos que permiten el intercambio y la producción de dichos bienes y servicios (dinero, acciones, títulos de deuda, etc.). Con un ejemplo se entenderá mejor: es como si un atleta fuese incapaz de bajar más sus tiempos y entonces decidiese poner su empeño en manipular los instrumentos que le permiten medir y desarrollar su actividad (alterase la distancia de la pista, la forma de medir del cronómetro, etc).
         De este modo el nuevo modelo permite a los dueños del capital que sus beneficios crezcan a un ritmo mucho más rápido que el ritmo al que crece la economía (es como si nuestro atleta bajase los tiempos sin haber mejorado su rendimiento físico), pero también provocan desajustes entre la cantidad de bienes y servicios realmente producidos o intercambiados (la distancia y tiempo reales de nuestro atleta) y el valor asignado a los instrumentos que permiten dicho intercambio y producción (se asigna a la pista un valor mayor del que realmente tiene y lo mismo al tiempo manipulado del crono).
         Esta diferencia entre realidad (economía) y expectativas creadas (beneficios) llega un momento que se vuelve insostenible, dando lugar a sucesivas burbujas financieras, cuyo estallido desestabiliza cada vez con más fuerza la economía, pues la solución al estallido de una burbuja pasa en numerosas ocasiones por inflar otra aún más grande. Tenemos así la crisis del mercado de valores de 1987, la crisis financiera asiática de 1997, la burbuja puntocom (1997-2002), la quiebra de Enron (2001), la Gran Recesión (2008), la crisis de deuda soberana en la Eurozona (2010-2015) y finalmente el colapso del mercado de valores de 2020, en el que actualmente nos encontramos inmersos. Sí, estamos otra vez en crisis. Y no, no es por el coronavirus.
         Desde muchos ámbitos se quiere hacer coincidir este colapso con la aparición del coronavirus en Wuhan y la incertidumbre que atraviesan los mercados internacionales por la forma en que esta pandemia podía afectar a la economía mundial. Según este relato, las sombras sobre la economía de comienzos de año se habrían transformado en duras correcciones de las cotizaciones en los mercados financieros a finales de febrero y en un crash en toda regla durante la segunda semana de marzo. Pero conviene no equivocarse: la pandemia ha sido la chispa, pero la carga explosiva llevaba puesta desde mucho antes.
         Desde mediados de 2018 ya estaba presente la preocupación por los altos niveles de deuda y el elevado déficit público tanto de las principales economías mundiales, como de las emergentesCobraba cada vez más fuerza la idea de que se estaba asistiendo al final de un ciclo; sobre todo si tenemos en cuenta que el volumen de deuda privada era ya el doble que en 2008 y que en muchas de las grandes economías la producción industrial estaba ya en retroceso o relentizada en el último trimestre de 2019. Todo ello antes de que China diese a conocer al mundo la aparición de un nuevo coronavirus en la provincia de Wuhan. Es decir, como acabamos de ver, la economía mundial era un enfermo con numerosas patologías previas antes de que el virus apareciese. Podría habérsela llevado por delante éste  o haber sucumbido ella sola. Cabría decir entonces que el fin del ciclo y el reajuste se produjeron con el coronavirus y no por el coronavirus. Tengan en cuenta esta importante distinción, que los medios de comunicación pasan deliberadamente por alto, pues como veremos más adelante no es lo mismo morir con coronavirus que morir por coronavirus. Aquí lo dejo. Si a ustedes les quedan ganas, y a mi fuerzas, mañana más.

2 comentarios:

  1. Este virus ha sido creado, expandido y dejado pasar intencionadamente. Solo una prueba, no ha afectado ni a Pekín ni Shangai y está dando de lleno en la Europa más industrial y en USA.

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    1. Es un asunto complejo del que hablamos en la tercera parte. Pero por muy tentador que resulte, no podemos establecer las causas solo por sus efectos. Porque siguiendo este método también podríamos decir que ha sido creado para incrementar el distanciamiento entre personas y evitar la lucha colectiva; para reducir el número de pensionista; o para incrementar el negocio de las funerarias.

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