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lunes, 8 de febrero de 2021

¿Lucha contra el virus o lucha de clases?

 

Sospecho que quienes dirigen el cotarro nos toman por gilipollas y, las cosas como son,  quizá razón no les falte. Nos tienen tan bien tomada la medida que pueden permitirse cosas como la que a continuación os voy a contar,  sin ponerse colorados, y sin temor a que en sus respectivos países empiece a sonar el estruendo metálico de la hoja de guillotina al caer.

            El pasado jueves día 4 de febrero, mientras nuestros medios de comunicación  se entretenían contándonos quién se había saltado ese día la cola para vacunarse, se reunió la Organización Mundial del Comercio para debatir una propuesta de India y Sudáfrica, secundada también por otros Estados miembros, para eximir del pago de royalties por la patente de las vacunas  a los países con menos recursos. Así éstos podrían utilizar los antígenos desarrollados por las farmacéuticas contra la covid-19,  para producir por sí mismos sus propias vacunas.

            Teniendo en cuenta, como señalan KM Gopakumar and Chaitali Rao, que los países con ingresos elevados, que suponen solo el 16% de la población mundial, han reservado el 60% de las dosis disponibles mediante acuerdos con los productores, y que los países con menos ingresos no han adquirido más allá del 10% de éstas, la vacunación en los países más pobres, no se alcanzará hasta 2024.

Pues bien, en un momento en el que la OMS advierte de  la acuciante necesidad  de vacunar a todo el mundo a contrarreloj, para evitar que la circulación descontrolada del virus origine cepas más virulentas, o que comprometan la eficacia de las vacunas disponibles,  resulta que a los señores de la OMC (concretamente los representantes de los países que se han quedado con la mayor parte de las vacunas) no han considerado aconsejable liberar la patente. ¿Y por qué? Dirás, mientras te apretujas los mofletes hasta que se te escurran por debajo de la mandíbula. Pues te cuento.

            Según parece los representantes de Japón, Canadá, Reino Unido y Suiza se han puesto muy finos, se la han agarrado con papel de fumar, y han dicho que no pueden encontrarse indicios de que los derechos de propiedad intelectual hayan supuesto una rémora para la lucha contra  el  covid-19. Así, tan anchos. Hasta que dentro de años (cuando ya sea demasiado tarde) aparezcan estudios concluyendo que la errónea estrategia de vacunación provocó un recrudecimiento del virus, ellos conceden el beneficio de la duda a la bondad del sistema de patentes.

            Por su parte, la Unión Europea y Estados Unidos han argumentado que el sistema de patentes proporciona incentivos legales y comerciales que son fundamentales para impulsar a las empresas privadas a que hagan inversiones y asuman el riesgo. Asumir el riego. Eso lo dice la Unión Europea, que se ha pulido, como contaba la comisaria europea Stella Kyrikides a finales de enero, la nada despreciable suma de 2.700 millones incentivando proyectos de investigación en vacunas (téngase en cuenta que Pfizer solo ha invertido 1.700 millones). Es decir, las instituciones públicas invierten más que las privadas en el desarrollo del producto, pero luego son las privadas las que deciden, en último término, a quién y cuándo se lo venden. Y ese es el sistema que la Unión Europea defiende en la Organización Mundial del Comercio.

         Resulta curioso que los mismos gobiernos europeos a los que no les ha temblado la mano a la hora de suspender derechos fundamentales para luchar contra el covid, se arruguen a la hora de suspender temporalmente derechos de propiedad intelectual. Da la sensación de que un puñado de mequetrefes están poniendo en juego el éxito de la estrategia mundial de vacunación por salvar los royalties de media docena de empresas farmacéuticas. Es decir, millones de ciudadanos pueden perder su trabajo, millares de medianas y pequeñas empresas pueden quebrar, pero los beneficios de las farmacéuticas son intocables.

         Todo esto podría ser tildado de malvado, pero realmente  es miope y estúpido. Da la sensación de que, en un momento crítico para acabar con la pandemia, por debajo de la lucha contra el virus, lo que de verdad se está librando es una lucha de clases, en la que una minoría se siente a salvo de todo y antepone su derecho de propiedad al derecho a la vida de cientos de miles de personas. 

            Como ya mencionamos al hablar del caso de John Snow, si es de dudosa eficacia tomar o dejar de tomar medidas basándose exclusivamente en la ortodoxia científica, lo que es absolutamente ineficaz es tomarlas atendiendo a presiones populares o intereses particulares. Ese hacer que se hace, sin alterar el statu quo, con el que algunas veces se intenta calmar a la ciudadanía, puede engañar a las personas pero no a los patógenos. Y como estos señores no aflojen, los patógenos van a conseguir que se nos rile a todos el orto.

           

 

 

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