Sé que debería
estar escribiendo como si no hubiese mañana para ver si mi estudio sobre el sector eléctrico español está listo antes del 20 de noviembre, pero es que no
he podido resistir la tentación. La
candidez y la ignorancia me conmueven indescriptiblemente cuando se presentan
mezcladas a partes iguales.
Resulta que
tras conocerse el resultado de las elecciones en Estados Unidos, la Asociación Internacional de Plañideras se
quedó sin existencias, contratados todos sus coros por los distintos medios de
comunicación para que interpretasen el apocalipsis según San Trump. Fue un espectáculo tan abrumador, grotesco y
burdo, que nadie con dos dedos de frente puede creerse eso del “Ay Dios mío,
con esto no contábamos, ¿qué vamos a hacer?”
¿Que no
contaban? ¿Que ha ganado un antisistema? ¿Que en la Casa Blanca han puesto a un
loco? ¡Venga coño! A buenas horas pasa eso en un país cuyas élites llevan tomando el pulso a los sentimientos de su población y modificándolos, con éxito, desde comienzos del siglo XX. Fíjense que Trump no ha ganado en votos,
sino en representantes. No ha hecho falta tocar todas las teclas, sino solo las
oportunas.
Es cierto que
en Estados Unidos la gente estaba muy calentita con sus élites rectoras. Movimientos
como Ocupa Wall Street habían apuntado con suficiente claridad quién estaba
detrás de la voladura controlada de la sociedad del bienestar estadounidense. Y
no menos cierto es que el desprecio por la élite política y económica estaba
alcanzando cotas tan altas como las de finales de los 60.
De la misma
manera que aquella oleada contestataria dio lugar a la gran contrarrevolución
neoliberal, esta nueva oleada ha dado lugar a un nuevo fenómeno: El
neobonapartismo. Un intento de la oligarquía por controlar el proceso
revolucionario mediante la apelación al fervor patriótico y a las esencias
populares. Aunque lo más importante no era ganar adeptos para el nuevo proyecto
involutivo, sino desmotivar a los partidarios de la revolución (de hecho Trump
ha ganado las elecciones con muchos menos votos que los que tuvieron sus
antecesores, Mc Cain y Romney).
A mi juicio
que la revolución estaba ganando adeptos resulta evidente, pues de otro modo no
puede explicarse que un anciano casi desconocido como Bernie Sanders,
socialdemócrata declarado y con la mitad del apoyo mediático y financiero que
sus oponentes, disputase las primarias demócratas hasta el último momento a
Hillary Clinton. Sin embargo, que al final Clinton resultase la elegida presagiaba
por donde iban a ir los tiros: Quitando a Sanders de en medio se había
desmantelado a la izquierda demócrata y se había dejado a Trump como el único
canalizador del descontento.
A fin de cuentas
¿Alguien en su sano juicio pensaba que la clase trabajadora iba a votar a un
Clinton, después de que Bill Clinton prometiese ser su presidente y luego se
echase en brazos de Wall Street? ¿De verdad que creían que con el descontento
creciente de los demócratas con Obama iban a aceptar a alguien a quien hace
ocho años ya juzgaron infumable?
El voto
antisistema, como digo, se lo han regalado a Trump. Descaradamente. Pero Trump
ni es un loco ni es un antisistema. Trump es la versión mejorada del sueño
neoliberal americano, ese sueño en el que el deseo individual está por encima
de los derechos de la comunidad; en la que el verdadero voto no es el de la
papeleta que se mete en la urna, sino el del dólar que se mete en el bolsillo;
el sueño del macho alfa entrado en años que impone su ley, magistralmente
representado por Clint Eastwood en Gran
Torino.
Donald Trump
es la encarnación de ese imaginario. Es la manifestación palmaria de la mayor
eficiencia de lo privado sobre lo público (incluso a la hora de hacerse con el
poder) y de que el orden natural del mercado acaba al final imponiéndose al
orden artificial de los políticos. En el fondo, Trump no es sino un intento grotesco, pero exitoso,
de dar la vuelta a la tortilla mostrando que los ricos no son los que han
destruido América sino los únicos que pueden salvarla.
Decir de un
tipo como Trump, que proviene del mundo de la comunicación y la propaganda, que
es espontáneo y auténtico es una chorrada del mismo calibre que decir que
Hillary Clinton, la misma que aguantó con estolidez su matrimonio tras conocer
que el despacho oval se había convertido en un comedero de ciruelos, es un
adalid del feminismo. Son mentiras interesadas. Parte del guiñol. Parte del
intento de decantar el voto hacia los republicanos. Porque no nos engañemos: A
Wall Street y a los ricos americanos les interesaba Trump. No hay más que ver
la calurosa bienvenida con la que la bolsa estadounidense acogió la noticia.
La
globalización ha expirado. Al menos tal y como la conocíamos. Asia fue durante
años un paraíso de materias primas, mercados y mano de obra barata, pero ya no
lo es. Asia ahora es un competidor de tú a tú con las empresas norteamericanas
en el plano tecnológico, por las
materias primas en el plano económico y capaz de abastecer sus propios
mercados. Asia ya no interesa como socio comercial, porque no se puede seguir
estableciendo esa relación de dependencia que tan buenos resultados le dio a las
élites económicas americanas, que descapitalizaron a las clases trabajadoras de
su país mientras mantenían en la subsistencia a las asiáticas, quedándose de
propina con la diferencia.
Si mis
premisas son ciertas, Trump cancelará los tratados de libre comercio en Asia
(donde las empresas americanas no son ya competitivas), pero no con Europa
(donde sí pueden competir habida cuenta de los menores costes sociales y
ecológicos de los que se hacen cargo las
empresas norteamericanas). Acabará con ese supuesto antibelicismo de Obama, y
lo hará para conquistar los mercados y las materias primas que hasta ahora le
otorgaban los tratados de libre comercio, fundamentalmente en Iberoamérica.
Vigilará muy
de cerca la inmigración porque realmente ya no necesita que vengan muertos de
hambre mejicanos a trabajar por cuatro
duros, cuando se puede poner a los muertes de hambre estadounidenses a trabajar
por lo mismo y, de paso, tenerlos tan contentos porque trabajando duro
contribuyen a levantar su país y a forjarse un carácter.
Si mis
premisas no son ciertas, y realmente Trump es un furibundo antisistema que se
ha colado a hachazos en la Casa Blanca, como Jack Nicolson en El Resplandor, debería
evitar los teatros, los paseos en coche descubierto por Dallas y las grasas saturadas. Porque al sistema coronario no le van bien el
sobrepeso, el carácter iracundo y una mujer 25 años más joven…Y al otro sistema
no le van los presidentes inoportunos.
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