El último día anuncié
que hoy seguiríamos hablando sobre la estupidez, pero entre medias se nos ha colado el anunció
del presidente de la Generalitat catalana, Artur Mas, con la fecha y los
términos para su consulta soberanista; así como la correspondiente réplica del gobierno
que, con esos argumentos mercuriales a los que nos tiene acostumbrados, se apresuraba a decir que de eso nada monada. Ahora
que lo pienso, igual tampoco nos desviamos tanto del tema prometido.
El caso es que a
Artur, cuyo parecido con Lord Farquaad empieza
a ir más allá de lo físico (pues como el personaje de la película Shreck quiere
tener un reino sin ser rey) ha tenido la brillante idea de convocar un
referéndum para el día 9 de noviembre de 2014 en el que los catalanes podrán
proclamar a los cuatro vientos su irrenunciable deseo de ser independientes. Y
para ello ha encargado a un comité de expertos gallegos dos preguntas lo
suficientemente ambiguas para que al día siguiente, pase lo que pase, pueda
decir que él es el ganador: '¿Quiere
usted que Cataluña sea un Estado?' Y si es así, ¿independiente?'
Por su
parte, el caudillo de los ejércitos del decadente imperio hispano, el celta Rajoy
(como ya pasó en Roma, en tiempos de decadencia los bárbaros toman el poder),
ha dicho que verdes las han segado y que ni consulta ni consulto. Que bastantes
problemas tiene ya con tratar de disimular las tropelías y el saqueo que llevan
a cabo sus hombres, como para tener que estar aguantando las tonterías de un
cacique local. Y se ha zanjado el tema apuntando a que eso no es ni
económicamente viable ni constitucional. Como si a estas alturas los españoles
no supiésemos que tampoco es viable el vertiginoso aumento de nuestra deuda
pública, aunque no por ello deja de crecer, y que la reforma de la Constitución
puede ventilarse en una noche.
A mí todo esto me
recuerda al chiste del sordo que oía pasos y con ello provocaba que al calvo que
estaba con él se le erizase el cuero cabelludo: Mas apela al derecho a decidir
con una consulta en lo que no queda nada claro qué se está decidiendo; y Rajoy,
que suele pasarse la constitución por el forro de la chaqueta varias veces
al día, apela a la inconstitucionalidad
de semejante propuesta. Como ven, no nos hemos desviado tanto del tema.
Que los argumentos del
gobierno en contra de la consulta me parezcan estúpidos, no quita para no me
huela a chamusquina ese empeño de Mas en que el pueblo se exprese, máxime cuando no
le ha temblado la mano a la hora de permitir a los Mossos repartir estiba
cuando el pueblo se ha expresado en otras ocasiones. Ahora bien, no me parece
mal lo de preguntar a la gente. De hecho debería hacerse más a menudo. Lo que
me resulta jodidamente extraño es que Mas no pregunte sobre cosas que está en
su mano cambiar (¿queréis que nos
gastemos la pasta en TV3 o en hospitales y residencias de ancianos?) y se ponga a preguntar sobre asuntos que no
dependen enteramente de él. Porque lo cierto es que, más allá de fatuos
voluntarismos y propaganda, una cosa es que el resultado de esa consulta
exprese un deseo o estado de opinión, y otra que al día siguiente Cataluña pueda
declarar unilateralmente la independencia si gana el sí.
Llegados a ese punto, y
dando por bueno que las preguntas y el porcentaje de votos manifiestan con
claridad el deseo de autodeterminación de Cataluña (que es mucho dar, en las
actuales circunstancias), deberían llevar a cabo las pertinentes modificaciones
en el ordenamiento jurídico español para dar cobertura legal al deseo de
autodeterminación de una de sus regiones; delimitar las nuevas fronteras y
competencias; auditar y llevar a cabo un reparto de la deuda; establecer la
titularidad de infraestructuras clave; acordar el estatus de los españoles que
deseen seguir residiendo en el nuevo Estado y negociar las relaciones
económicas que han de establecerse entre ambos, amén de dejar la puerta abierta
a nuevas consultas para aquellas regiones dentro de Cataluña que manifiesten su
deseo de seguir perteneciendo a España. Total nada.
La consulta
soberanista me ha traído a la memoria unas palabras de Azaña en la
La velada en Benicarló, en las que
afirmaba:
“Sabemos de sobra que el interés nacional se inventa a tontas y a locas, por erupción del sentimentalismo inepto, o arteramente, con palabras que solapan un interés no siempre ilegítimo, pero particular”.
Me da la impresión de
que Mas está aprovechando en beneficio propio el hartazgo general que provocan
las actuales instituciones españolas, así como la aspiración compartida de muchos
de nuestros vecinos catalanes de tener un gobierno que verdaderamente les
represente, para llevarse el agua a su molino y coronarse emperador del
Paralelo. Las cosas como son, según está el patio en la carrera de San Jerónimo,
se lo están poniendo fácil a quienes piden la autodeterminación; de hecho, yo
hay días que también la pediría, que preferiría ser cualquier cosa menos
español; hasta chino. De hecho, si fuese chino, al menos podría entender cómo
es posible que me engañen como me están engañando.
Me consta que hay muchas mentes biempensantes que, por
contra, se escandalizan porque los catalanes apelen a ese derecho. Pero, a fin
de cuentas, el derecho de autodeterminación se recoge en algunos de los
documentos internacionales más importantes, como la Carta de las Naciones
Unidas. De hecho fueron éstas las que proclamaron, en 1966, el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que entró en vigor el año 1976 (ratificado
por España el 27 de julio de 1977). Este pacto, en su artículo 1 se recoge que:
Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación. En virtud de este derecho establecen libremente su condición política y proveen asimismo a su desarrollo económico, social y cultural.
A mi modo de ver, igual lo que debería de escandalizarnos no
es que muchos catalanes apelen a ese derecho, sino que no apelamos los demás. Lo que me
sorprende es que, viendo como estamos viendo que el modelo político heredado de
la Transición, si algún día funcionó, hoy ya ha dejado de funcionar y se ha
convertido en un lastre que nos asfixia
y constriñe, no pidamos todos a gritos un referéndum de autodeterminación, que
nos permita establecer libremente nuestra condición política y que podamos
proveernos, de este modo, de una economía, una sociedad y una cultura en la que
todos nos sintamos representados y de la que todos podamos sacar partido, no
solo la élite parásita que nos ha tomado como huésped. Porque, por desgracia,
la situación que apuntó Ortega y Gasset en España
Invertebrada, publicado en 1923, sigue aún tristemente vigente:
En vez de renovar periódicamente el tesoro de ideas vitales, de modos de coexistencia, de empresas unitivas, el Poder público ha ido triturando la convivencia española y ha usado de su fuerza nacional casi exclusivamente para fines privados. ¿Es extraño que, al cabo del tiempo, la mayor parte de los españoles, y desde luego la mejor, se pregunte: para qué vivimos juntos? Porque vivir es algo que se hace hacia adelante, es una actividad que va de este segundo al inmediato futuro. No basta, pues, para vivir la resonancia del pasado, y mucho menos para convivir. Por eso decía Renan que una nación es un plebiscito cotidiano. En el secreto inefable de los corazones se hace todos los días un fatal sufragio que decide si una nación puede de verdad seguir siéndolo.
Por tanto, de nada sirve intentar tapar la boca a aquellos
que se cuestionan si merece la pena vivir juntos, ni dedicarse a prohibir
consultas cuando el fatal sufragio que se hace en el secreto inefable de los
corazones ha dictado ya un veredicto. De nada sirven un pasado, una raza o un
lenguaje comunes como pretexto de la convivencia. El propio Ortega lo afirma en
La Rebelión de las masas:
Con los pueblos de Centro y Sudamérica tiene España un pasado común, raza común, lenguaje común, y, sin embargo, no forma con ellos una nación. ¿Por qué? Falta sólo una cosa que, por lo visto, es la esencial: el futuro común. España no supo inventar un programa de porvenir colectivo que atrajese a esos grupos zoológicamente afines. El plebiscito futurista fue adverso a España, y nada valieron entonces los archivos, las memorias, los antepasados, la «patria».
Es decir, una nación solo se sustenta si tiene un proyecto
común de futuro:
Si la nación consistiese no más que en pasado y presente, nadie se ocuparía de defenderla contra un ataque. Los que afirman lo contrario son hipócritas o mentecatos. Más acaece que el pasado nacional proyecta alicientes -reales o imaginarios- en el futuro. Nos parece desearle un porvenir en el cual nuestra nación continúe existiendo. Por eso nos movilizamos en su defensa; no por la sangre, ni el idioma, ni el común pasado. Al defender la nación defendemos nuestro mañana, no nuestro ayer.
Por tanto, la clave
para que muchos de los que hoy se cuestionan la convivencia quieran seguir
permaneciendo en España no es ofrecerles cofrecillos de nostalgias o imposiciones, sino un proyecto de futuro común. Y esto pasa
por ir más allá de lo que la propaganda interesada pretenda inventar,
y darnos cuenta de que los intereses, deseos y aspiraciones de nuestros vecinos
catalanes no son muy diferentes a los nuestros: Conseguir un gobierno que nos
represente, una convivencia abierta y pacífica, una economía que nos tenga en
cuenta y una cultura que podamos sentir como propia, sustituyendo así a la mierda de Estado
que tenemos ahora, que no es nada más que la trompa por donde el mosquito de la
élite político-financiera nos chupa la sangre.
Quizá esta sea la gran empresa en la que colaborar merezca
la pena y en la que la unión hace más facil el triunfo; la tarea que hemos de hacer aun a espaldas del poder público: Hacer de España un Estado al servicio de sus
ciudadanos y no una marca al servicio de sus élites extractivas. Derribar los
estrechos muros de lo que hoy es España y poder acomodarnos en ella sintiéndola
nuestra.
¿Cómo entender que no haya comentarios a un post tan sensato y prudente?
ResponderEliminarPssch, qué se yo. Igual es que en España somos más de ir con la venda en los ojos y el cuchillo en los dientes.
ResponderEliminarUn saludo y muchas gracias por el comentario
El problema es encontrar un futuro común cuando se aplican recorridos educativos sesgados.
ResponderEliminarPor ejemplo: ¿Alguien cree posible que se tenga un futuro común si se enseña el creacionismo al mismo nivel que la evolución?
Y que conste que no estoy señalando como origen del problema que cada autonomía aplique una educación a la carta, pero algo influirá ¿no?
Muchas gracias por su comentario. Perdone que le responda tan tarde, pero he estado de vacaciones y, además, no me había percatado de que en esta entrada también tenía comentarios; creí que todos me habían venido de la última.
ResponderEliminarNo sé si he entendido bien su aportación. Quieres decir que, si desde la escuela se ofrece a los niños una información sesgada sobre la realidad se pervierte la convivencia, ¿no? Si es así, estoy de acuerdo. Si tus padres te dicen que cuidado con el vecino del 5º que es un ladrón, siempre que te lo cruces en el rellano te echarás mano a la cartera.
Tuve la ocasión la semana pasada de ver algo por el estilo in situ. En la ciudadela de Lérida había un cartel donde se explicaba el sitio de Lérida durante la Guerra de Sucesión y se hablaba del saqueo que siguió a la toma. Lo curioso viene cuando el cartel dice que este saqueo fue llevado a cabo por las tropas "hispano-francesas" lideradas por el Duque de Orleans. En las cuatro primeras frases el cartel ya te había colado dos tópicos: Cataluña no es España (porque si no hubiese hablado de tropas castellanas, de tropas borbónicas, de tropas del resto de la penísnsula, etc.) y que los españoles conquistaron Cataluña a la fuerza para luego empezar a robarla.
Obviamente, esas cosas calan e influyen. Pero calan e influyen, sobre todo, en quienes no miran, en los que simplemente ven.
Con todo y con eso, la realidad es tozuda y constantemente intenta abrirse camino entre las galerías de nuestra mente y a veces, a su paso, derriba algún dique. Como dice mi amigo Sergi: "todas esas tonterías no resisten un Erasmus". Y quien dice un Erasmus dice un mes trabajando en Madrid o tener unos cuantos amigos en el resto de España.
Hay personas que prefieren aislarse en su realidad. El problema fundamental de esas personas no es el nacionalismo. Es su rigidez mental. Y me temo que si no les alcanzaces el nacioalismo les alcanzaría cualquier otro fanatismo ideológico o fundamentalismo religioso.
Por tanto, algo tiene que ver lo que te enseñen en la escuela. Cierto. Pero no es definitivo. Fíjese que hasta la entrada en vigor de la LOGSE la religión fue poco menos que obligatoria en colegios e institutos. Y, sin embargo, eso no ha evitado que la mayor parte de los que recibieron esa indoctrinación o formación religiosa se declaren hoy agnósticos, ateos o, cuando menos, apartados de la Iglesia.
Un cordial saludo y gracias de nuevo por su comentario
Totalmente en sintonía con asunto de la estupidez. La zanahoria mas barata y eficaz que tanto unos como otros nos presentan dos de cada tres días para que mantengamos la atención alejada de la mierda que estan dejando a nuestro alrededor y de los vampiros que nunca tienen bastante.
ResponderEliminarGracias por el post, la realidad del problema como es, aunque no comparto el optimismo en el genero humano respecto a la indoctrinación, ya que el nacionalismo, esgrimido con objetivos cortoplacistas tan a menudo como el absurdo ritmo de elecciones anuales, es mucho mas confrontacional y adaptado a la acepcion de fanaticos que la iglesia. No hay mas que comparar las manifestaciones de unos y otros
El proyecto de futuro que quieren los catalanes es un proyecto "diferenciado" inaceptable para los demás, de aquí y de Europa.
ResponderEliminarGracias por el comentario. Disculpe la tardanaza.
ResponderEliminar¿Diferenciado? ¿Inaceptable? ¿En España? Se lo desmonto con dos palabras "Concierto vasco"
Un cordial saludo