Andaba el otro día tomándome un café en el bar y justo a mi lado,
mientras le hincaba el diente a un cruasán, un tipo leía un artículo en el
periódico sobre las oscuras maniobras financieras llevadas a cabo por algunos
tahúres del póker bursátil; tipos de esos que no dudan en hundir países y
condenar a varias generaciones a la miseria si con ello logran aumentar sus
beneficios. En esas estábamos, cada uno
a lo nuestro, cuando de repente el fulano cayó presa de una súbita cólera y con
el colacao saliéndosele por las narices exclamó: ¡Esta gente no tiene
moral! Dado el estado de excitación en
que se encontraba, no era el mejor momento para entrar en debates, así que le tendí
una servilleta y cerré el pico. No obstante, si la cosa hubiese estado más
calmada, no habría dudado en decirle que la moral es como la cicatriz del
ombligo: todo el mundo tiene una, es solo cuestión de fijarse.
Lo que nuestro
buen amigo del colacao quería decir es que el comportamiento de estos tipos no
tenía cabida dentro de su concepción de la moral. Ahora bien, decir de alguien
que no tiene moral, porque su moral no coincide con la tuya, es como negarle a
alguien la facultad de pensar porque no piensa como tú. Hay que ir más allá.
Hay que preguntarse: ¿Qué idea de moral subyace en las acciones de estos tipos?
¿En qué premisas filosóficas se asienta su idea de moral? ¿En las ideas sobre
la acumulación de riqueza de Adam Smith? ¿En las ideas sobre la libertad de
mercado de Milton Friedman? Frio, frio. ¿Les suena del algo el nombre de
Friedrich Nietzsche?
Sobre
la figura de Friedrich Nietzsche recaen dos dudosos honores: haber elevado el
mostacho a la categoría de arte plástica y haber elevado lo que vulgarmente se
conocía como un canalla sin escrúpulos a la categoría de superhombre. La tarea
no fue nada fácil: Había que desmontar primero los pilares sobre los que se
sustentaba el edificio de la metafísica occidental, tarea a la que nuestro hombre
se aplicó con denuedo, pertrechado con el martillo del escepticismo y con el
azufre de su acerba crítica. Así, sus escritos están preñados de críticas
mordaces, de retazos de ideas, de abismales sugestiones, de intuiciones
simbólicas, de enigmáticas máximas… en definitiva, de mórbidos vapores que
subyugan la mente del lector y que en ella se entrelazan. Semejante uso promiscuo y ambiguo de la
palabra, “un sacramento de muy delicada administración”, en palabras de Ortega,
provocó el mayor vertido de conceptos tóxicos al caudal de la filosofía
occidental conocido hasta la fecha. Algo parecido a lo de aquella alma cándida
metida a socorrista que mezcló ácido
clorhídrico con sulfato de no sé qué y la lió parda.
¿Por qué ese odio inveterado de Nietzsche
a la metafísica? Fundamentalmente porque en ella se sustentaba la moral de su
tiempo, una moral que él consideraba decadente,
propia de esclavos. Esta moral hundía sus raíces en conceptos tales como Dios, el Bien, la
Verdad, etc., que a juicio de Nietzsche eran, en realidad, conceptos hueros. Se
trataba de una simple coartada utilizada por los débiles para inculcar a los
fuertes valores destinados a esterilizar sus energías y sus instintos; valores
tales como la compasión, la humildad o el amor al prójimo. De ahí su empeño por
derribar esos antiguos ídolos, para poder llevar así a cabo una transmutación
de los valores y conseguir que aflorase una moral de señores, de hombres
fuertes. De este modo, Nietzsche
recurrió a una maniobra artera semejante a la del cuco: una vez que hubo
vaciado el nido de la filosofía de los conceptos preexistentes, ayudado por sus
indudables dotes de polemista y su brío narrativo, los sustituyó por otros,
entre los que se acabará erigiendo como dueño de la pollada el concepto de la
voluntad de dominación, comúnmente conocida como la voluntad de poder: «
¡Este mundo es la voluntad de poder, y nada más! ¡Y también
vosotros mismos sois esa voluntad de poder, y nada más!» (La
voluntad de poder, 1067)
Para Nietzsche
la voluntad no es el
resultado de la interacción entre el intelecto y el deseo, sino que «la vida
misma es voluntad de poder» (Más allá del
Bien y del mal, 13). Lo que caracteriza a los seres vivos, incluidos el ser
humano y el tahúr financiero, es su deseo de imponerse a los demás y cualquier
acción busca esto y sólo esto. No hay por tanto buena o mala voluntad. La única
voluntad existente es la voluntad de dominar, el deseo instintivo del individuo
de imponer la propia supremacía. Esta supremacía es la «gran pasión, fondo
y poder de su ser, aún más esclarecida y
despótica que el mismo individuo, que acapara todo su intelecto, ahuyenta los
escrúpulos y le infunde valor para apelar incluso a medios impíos» (El Anticristo, 54).
Por tanto el afán de dominar es, según
Nietzsche, lo que caracteriza al ser humano, su esencia. El que no ejerce el dominio no es porque
rehúse hacerlo, sino porque no puede. Como afirma Zaratustra: «En verdad me he
reído mucho del débil, que se cree bueno
porque tiene las garras tullidas» (Así
habló Zaratustra, De los sublimes). El fuerte, el aristócrata, el nuevo hombre
virtuoso, se distingue porque ha cambiado los bajos instintos que oprimen la
voluntad (la compasión, la humildad, las convicciones, etc.), y deja que se manifieste en él el
supremo instinto, la voluntad suprema: la voluntad de dominar a los demás, la
voluntad de imponer las propias ideas, de elevarlas a la categoría estética de
arte y jurídica de norma. Ésta es su moral. No hay un bien o un mal más allá.
Ahora bien, entonces, ¿qué es lo bueno?
«Todo lo que eleva en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder,
el poder mismo» ―contestará Nietzsche― ¿Y lo malo? «Todo lo que proviene de la
debilidad». ¿Y qué hacemos con los que se queden por el camino? La respuesta de
Nietzsche es tajante y esclarecedora: «Los débiles y malogrados deben perecer;
tal es el axioma capital de nuestro amor al hombre. Y hasta se le debe ayudar a
perecer» (El Anticristo, 2). ¿Les
suena?
Nuestros psicópatas de las fianzas han
hecho suya esa moral: En el mundo no hay buenos o malos, hay gente que domina y
gente que es dominada; tampoco hay actos buenos o actos malos en sí mismos,
sino que serán buenos los que vayan encaminados a la conquista del poder y
malos los que provoquen su pérdida. ¿Cómo se manifiesta ese poder? Básicamente mediante
el dinero, que es su representación simbólica. Como afirma Nietzsche: «Han
cambiado los medios de que se vale el deseo de poder, pero sigue hirviendo el
mismo volcán […] lo que antes se hacía por la voluntad de Dios, hoy se
hace por la voluntad del dinero, es decir, por lo que hoy produce el
sentimiento de poder más elevado y la mayor tranquilidad de conciencia» (Aurora, 204).
¿Qué creen que hubiera pasado si le
cuento al señor de barra todas estas cosas? Que nuestros hombres no sólo tienen
moral, sino que además esa moral es una moral aristocrática; que el dinero es su
Dios y que tenerle cerca les permite dormir con la conciencia tranquila. Creo
que me hubiese estampado el cruasán en la cara. Por eso estas cosas prefiero
contarlas aquí, donde lo más que pueden arrojarme es algún comentario
envenenado, y esos los esquivo mejor que los cruasanes.
Buenas,
ResponderEliminarMe ha gustado tu reflexión sobre la moral de los mercados que he encontrado en "Principia Marsupia". Lo he relacionado con una comida que tuve con unos familiares de mi ex-mujer, me sorprendió que leían a Nietzsche (3 personas normales, y con gusto), para que veas lo perdidos que andamos como sociedad, o el proceso tan grande de plutoculturación (si me permites el palabro) al que nos están sometiendo. Las consecuencias humanas de estas ideas se pueden leer en los escritos de Zygmunt Bauman, que te recomiendo. Puedes ver algunas frases suyas en mi blog
http://laproadelargo.blogspot.com.es/2012/08/la-guerra-de-divisas-i-280-buques-de.html
Como sugerencia, estaría bien un rastreo histórico sobre las ideas de colectivismo y libertad, y su reciente contraposición, merced a Hayek.
un saludo
He echado un vistazo a tu blog y me parece una mina. Muchas gracias por el comentario y por haberme permitido conocerlo. Ya lo tengo colgado en favoritos.
ResponderEliminarUn saludo
No sé si estoy o no de acuerdo pero el articulo rebosa poder.
ResponderEliminarDe todos modos, Nietzsche se pasó un poco, no en vano se puso a filosofar a martillazos, pues para quien tiene un martillo todo son clavos y vaya si dio de martillazos con eso de la voluntad de poder. Diriase que en su caso la voluntad de epatar era lo mas. Si tienes poder pateas, pero no epatas, lo uno o lo otro.
Muchas gracias por el comentario y por reconocer, aunque dudas haciendo honor a tu nombre, en artículo la cualidad de rebosar poder. No es difícil, por otro lado, conseguir ese efecto cuando se habla de Nietzsche, un filósofo cuya prosa posee un terrible poder para subyugar al lector, pues auna la ferocidad y la belleza del tigre del poema de Blake. Fascinación y fuerza no siempre son excluyentes a la hora de ejercer el poder. Al contrario, suelen combinarse: El régimen nazi combinaba fastuosos y sobrecogedores desfiles ( http://www.historyplace.com/worldwar2/triumph/tr-will.htm) con los violentos pogromos de las SA (http://www.ushmm.org/wlc/en/article.php?ModuleId=10005201).
EliminarUn saludo y gracias de nuevo
Buenas tardes Cazador,
ResponderEliminarMe surgen dudas ¿tiene algo que ver la voluntad de poder con la filosofía objetivista de Ayn Rand tal y como se expresa, por ejemplo, en "La rebelión de Atlas"?
Una cuestión técnica ¿como has logrado colocar una lista de tus entradas con ese diseño a la derecha? -espero que la respuesta sea sencilla, je, je-. Eso es todo
un saludo
Hola Jesús
EliminarA decir verdad, no he leído "La rebelión de Atlas" y mis conocimientos de el objetivismo son superficiales. A bote pronto, aunque encuentro semejanzas entre la filosofía de Nietzsche y el objetivismo tales como el desprecio del altruismo y de la religión, su concepción del individuo es diametralmente opuesta. Rand aboga por el individualismo como un vive y deja vivir, donde ninguna coerción sobre los demás es admitida. Para Nietzsche un individuo sano y superior siente la necesidad de dominir a sus semejantes y debe hacerlo sin remilgos morales. Está inscrito en su caracter que su voluntad se manifieste y expanda sin cortapisas.
Si tengo que buscar semejanzas con otros sistemas, la voluntad de poder está cerca de la filosofía que Max Stirner desarrolló en "El único y su propiedad" (que de hecho influyó en Nietzsche aunque él nunca lo mencione), que considera al individuo como una potencia en expansión cuya única limitación es su propio poder para conseguir lo que quiere.
Para Nietzsche el ser humano no es egoista, como defiende Rand, pues el egoismo no es sino una categoría moral incrustada en la historia por los débiles que obra como pesada losa sobre los fuertes. La voluntad del hombre libre y poderoso, del superhombre, trasciende las categorías morales (un mero invento, una camisa de fuerza) y se impone a la del resto. ¿Por que es mejor? No, pues bondad y maldad también son cuentos morales. Sencillamente porque es más fuerte y como el agua en arroyada inunda todo a su paso.
No se si te he sido de alguna ayuda, pero poco más te puedo decir al respecto. En cuanto a lo de los enlaces, te he dejado un mensaje en tu cuenta de facebook. Lo he hecho así para poder adjuntar una foto que espero te clarifique algo la explicación.
Un saludo
Cuando se instaure la economía del bien común (ver http://vimeo.com/31051246), Nietzsche quedará a la altura intelectual que se merece: el barro del egocentrismo.
ResponderEliminarHola Dabulper. Muchas gracias por su comentario.
EliminarNo se crea, Nietzsche también tuvo sus logros. Supo ver como nacie el uso perverso y espúreo que hizo del cristianismo la moral burguesa para adaptar éste mensaje a su visión economicista del mundo, cosa que puede ser útil todavía hoy para desenmscarar a muchos de los que ocultan intereses mezquinos bajo nobles ideas.
Lo malo es que quiso purificar con azufre y fuego y el mismo se acabó quemando.
Un saludo, muchas gracias
Todo lo contrario.
ResponderEliminarNietzsche fue un gran libertador. Nos liberó de la Metafísica, de sus prisiones, esas que mantenían al hombre fuera de la naturaleza. Fue un paso más allá de Darwin. Todos estamos en deuda con uno y otro. Pero la obra de Nietzsche es mucho más personal, más geunina y genial. Nos ha puesto en camino y nos ha sometido a una gran carga, pues nos dejó sin excusas.
Por cierto, el Darwinismo también fue empuñado para cometer todo tipo de desmanes,y (casi) nadie acusa a Darwin ni pretende recuperar un Dios creador. Tampoco sería posible.
Ahora, nos sabemos, como especie y como individuos, de un modo que hace dos siglos era impensable. Cualquiera de nosotros puede llegar a ser, con diferencia, mucho más libre y a vivir de forma mucho más consciente de lo que un hombre del siglo XIX podía. Que lo logre o no es otro cantar. Ese será el superhombre, el que sepa vivir en el mundo que Nietzsche liberó.
saludos.
Muchas gracias por tu comentario. Tu argumentación me parece muy buena. No obstante, creo que parte de un prejuicio que la invalida: Lo que hace verdaderamente humano al hombre es su naturaleza. Yo creo que no es su naturaleza, sino su cultura.
ResponderEliminarMe vas a permitir una cita de José Luis Pinillos, psicólogo maestro de maestros, recientemente fallecido:
"Los hombres de hace cincuenta mil años, que fabricaban hachas de silex y llevaban una vida nómada, y la población actual de grandes metrópolis tecnificadas, no presentan diferencias aparentes en lo referente a su dotación cerebral. Expuesta la cosa de otro modo, lo que ocurre es que, con las mismas estructuras neurobiológicas, un hombre puede vivir en la barbarie, en la Atenas de Pericles o en el mundo técnico del presente. A partir, pues, de un determinado momento de la evolución biológica, lo que entra en juego para continuar el progreso de la especie es un factor nuevo: la cultura, la acumulación y transmisión de conocimientos."
Otra cosa es que la cultura de un determinado momento esté viciada o pervertida y deba ser renovada, sustituida por otra. Pero pretender volver a la ley de la selva, sin más...
Nietzsche seduce porque escribe con la pluma mojada en nectar de vino y rosas. Pero desnudando sus ideas de toda su liturgia poética, como él desnudó la metafísica de su tiempo, al final la sociedad acaba volviendo al feudalismo, al uso de la violencia como manera de dilucidar las relaciones sociales.
Cierto que la idea de la selección natural a veces tambien se ha utilizado como justificación de toda clase de desmanes. Pero esa idea no es originaria de Darwin. Fue Malthus quien la incorporó al pensamiento occidental en su Ensayo sobre el principio de la población. Como tampoco la idea de la evolución, que ya había sido antes formulada, en el campo de las sociedades humanas, por Spencer. Darwin solamente cogió ambas ideas (como digo, desarrolladas previamente para la especie humana) y las aplicó al resto de las especies. Por tanto al pobre de Darwin poco se le puede echar en cara.
Spencer es la clave. Su visión orgánica de la sociedad, donde el medio selecciona a los más aptos, fue tan del gusto de J.D. Rockefeller que lo trajo a la universidad de Chicago, por el fundada, para que allí las expusise y comenzase a propagarlas.
Curiosamente, tanto las teorías de Nietzsche como las de Spencer forman parte del ideario del fascismo italiano y el nazismo aleman, dos de los más concienzudos intentos de devolver al ser humano a la caverna.
Un saludo y muchas gracias por tomarte la molestia de comentar. Me hace sentir que el blog está vivo y que cae en buenas manos.
Es el constructo moral, lo civilizado, la cultura lo que nos convierte en bárbaros. Al parir el Bien, creamos el Mal. Van de la mano, nunca vence uno sobre otro. Nuestros grandes ideales son los que nos llevan al matadero. Aquel que predicó la bondad y la mansedumbre fué al mismo tiempo quien obró los cimientos de la esclavitud y la tortura.
EliminarYo también tengo la impresión de que el progreso moral es cíclico y el progreso material es lineal, de modo que el segundo no hace sino potenciar los efectos del primero. El gran salto pendiente de la humanidad es conseguir pasar de un progreso moral cíclico a uno lineal. Quizá para eso tengamos todavía alguna mutación pendiente.
EliminarGracias por su apunte. un cordial saludo.
Este texto resulta poco reflexivo al evitar el contraste con otras corrientes filosóficas o científicas. Puede ser didáctico en el sentido en que sabe definir correctamente una visión que, efectivamente, puede ser asociada al capitalismo como modelo económico y sistema de valores imperante. No obstante, poco debate puede suscitar este texto si elude la confrontación con otros autores que bien pudieron refutar la tesis de Nietzsche o Hobbes, como puede ser el caso por ejemplo de Rousseau o Kropotkin. ¿Qué piensa usted de éstos últimos en relación a los primeros?
ResponderEliminarMuchas gracias por su comentario. Siento no poder contestarle, pero no he leído a Rousseau ni a Kropotkin.
EliminarUn cordial saludo
Genial... estoy fracasando rotundamente en esto de entender, seguramente mi nivel intelecual me este frenando cual palo en la rueda, pero encontrarme estos textos en la red me invitan a seguir pedaleando. Gracias por compartir. Abrazo desde aqui hasta allá
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario. Encontrarme comentarios como el tuyo en el blog me invita a seguir pedaleando a mí también. No te desesperes, uno nunca acaba de entender. Yo hecho la vista atrás y desde que escribí esto hasta hoy me doy cuenta de la cantidad de cosas que todavía no sabía cuando lo escribí. Lo bueno que tiene el paso del tiempo es que ya no te asustas por saberte ignorante, sino que celebras no serlo aún más. Un fuerte abrazo
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